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14 de Mayo, 2010
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El tordo y el poeta |
Ilustración de Rubén Pergament
Era un bardo sombrío que chapuceaba endechas chillonas;
un vate egoísta, ególatra y aguachento que diluía palabras muertas en ecos que
no las repetían. Una tarde, un terco tordo tartamudeó un trino atávico
sobre su techo. El pálido trovador, poseído por pretendidas, profusas y
pérfidas pasiones, siguió con sus ojos el derrotero que el ave dibujaba en el
espacio, flameando en un periplo de indecible actitud, y creyéndose un dios,
quiso improvisar un poema. Abrió la boca para lanzar al aire una égloga
inmortal como la envidia o una bucólica inolvidable como un salpullido negro o un romance idílico como el almíbar de la rosa más
dulce del jardín más delicado, o un singular soneto sesudo que estrujase las tristes
ideas del mundo o un romance moro que se repitiera en las romerías o una cuarteta romántica con pasión y entrega o una tercina ilustre o, al menos, un madrigal claro y sentencioso. Buscó las mejores palabras de su acerbo, sabiendo que
el ave que ondulaba el aire las escucharía. Con el esfuerzo constipado probó
abordar ideas que engordaran sus palabras con la emoción repentina. Pero no
acudió a él ni la más pobre sílaba; no hubo ningún sonido que se aproximase a
su garganta. Permaneció en silencio largo rato con la boca abierta. Cansado y
aburrido, el tordo dejó caer en ella su mejor opinión. |
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perlateo a las 17:19 · 2 Comentarios
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14 de Mayo, 2010
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El maestro |
Ilustración de Rubén Pergament
Un hado azul azulaba la tarde. A su lado y ladeando
el lodo, el eremita se apoyaba en su cayado, callado lo seguía el lobo con
prudencia y lentitud. El anacoreta miró al licano y en sus ojos vio el reflejo
del poniente encendido. La fiera jadeaba como la máquina impaciente de los
recuerdos, mientras el sol se retiraba por el horizonte bermejo dejando caer su
panzuda bolsa amarilla sobre el final del mundo. El verde se hizo gris; el
marrón, azul; y la sombra creció como el lívido tul de un celentéreo en los
abisales del silencio. Las rosas y las violetas fueron negras, y negras las
pasiones escondidas detrás de los ojos del bruto asesino que asediaba al
caminante solitario. Repasaba al tacto su daga luenga y filuda arrastrando al
odio irrenunciable de los ignorantes.
Los ruidos menguaron y los oídos del resentido se
esforzaron barriendo el menor barrunto. Con pasos lentos, el asceta del bastón
llegaba a su cueva. No imaginaba aún que el verdugo y el cuchillo puntudo lo
esperaban detrás del antiguo nogal para desquitar el entripado que alimenta la
tirria contra el saber. El cenobita traspuso la tela sutil de su conciencia,
cerró los ojos para oír lejos y detuvo al animal. Ambos permanecieron inmóviles
y esperaron, invadidos por la dulce calma de la clausura. La demora envenenó al
verdugo con la bruma viscosa de la urgencia, y la confirmación de la trampa se
hizo luz en ojo interior del penitente. Agobiado por la ansiedad, el bárbaro salió
de su escondrijo, alzó el puñal de la fatalidad más allá de su cabeza, y antes
de atravesar el corazón de la sabiduría, sintió en el rostro el golpe feroz de
la sorpresa. Poco después, el cayado volvió a su trabajo y el lobo se ocupó del
resto.
Cuando el
ermitaño reinició su marcha, el universo continuaba abierto, los astros giraban
en el hondo espacio del espacio y la luna, enorme, parecía cercana, como
siempre. |
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perlateo a las 17:07 · 1 Comentario
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24 de Enero, 2010
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El orden |
Ilustración de Rubén Pergament
El mañoso y breve Bruno Britos se casó con Chiquita Astolfi un viernes de abril a las siete de la tarde. A pesar de breve, Bruno Britos era un policía de los bravos, y le llenó a “chiquita” la alacena con latas, el ropero con ropa, el patio con plantas y le provocó cuatro hijas que a los doce agarraron la calle para no soltarla jamás. Chiquita Astolfí dejó que las arrugas le llenaran los ojos, y los dolores, el corazón y los huesos. Sus teñidos dejaron de ser prolijos, su cintura ensanchó y sus muslos encogieron. A Bruno Britos le tiraron el retiro en la tarde de un viernes de otoño; la fuerza le obsequió un reloj, una marcha y un diploma. Recordaba ahora el sabor salado de sus lágrimas cuando el jefe le extendió la mano enguantada del adiós. Después, las hijas pasaron los cuarenta, Bruno se hizo aún más breve y empezaron a achicarse sus recuerdos. “Chiquita”, por su parte, primero dejó de caminar, luego de sonreír y finalmente de respirar. La mayor de las hijas se arrojó del tanque de agua cuando en la salita le dieron“el positivo” y la menor se inyectó tres gramos diluidos en dextrosa detrás del tractor del atracadero. Rancias y putiviejas, las dos restantes aguardaban la herencia de la casa y la pensión de Bruno, el breve. Pero el hombre sin memoria, ya no recordaba la muerte. Ellas creyeron que jamás las dejaría, que acaso muriesen primero. Pensaron en arrojarlo desde la terraza, luego, de ahogarlo en la bañera, más tarde, de quemarlo en la cama y cortarlo en pequeños trozos o hervirlo y tirarlo a los perros o congelarlo y trozarlo a martillazos; envenenar su sopa, su leche, su agua, su bastón. ¿Cómo vaciarle el pellejo sin quedar manchadas? La TV les dio la idea: quizá bastase un sobresalto para que el tenso y cansado corazón del viejo reventara. Y esa noche aparecieron los ruidos, las cadenas, los fantasmas, y el hombre sin recuerdos disparó dos veces su jamás olvidada cuarenta y cinco. Una sonrisa fértil acompañó los labios de Bruno, el breve, mientras cavaba en el jardín donde sembró al resto sus hijas. Sin buscarlo, su cabeza y su entorno se pusieron de acuerdo. |
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perlateo a las 02:57 · 4 Comentarios
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31 de Julio, 2009
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Trifecta |
El gordo entró en la oficina, encendió un puro y evitósentarse. Sus ojos repulsivos recorrieron los muebles grasosos, las cortinas sucias y el rayo de sol que se astillaba en las roturas de la ventana; luego, midió el talante del abandonado y resopló de fastidio. El buen pasar le llenaba elcinto y no recelaba el gasto para mantener mansa a su manceba. El obeso habló y dijo que a su nena la merodeaba un galán de fuste con experiencia de noche, ávido por engatusar señoritas. El abandonado oyó el pedido como quien acepta un hado sin aura y sin resistencia. Después, se calzó el gabán, cargó la nueve y avanzó por la avenida. Según el obeso, esa noche pararían en el Parisién donde solían beberse los largos tragos del olvido, donde las musas encendían las mechas de la inspiración y de la fiebre, donde los hombres vanos festejaban su languidez. A las nueve, entró al vodevil y cruzó entre los trajes lustrosos hasta la última mesa. Desde allí pudo ver los disimulados escarceos de la manceba frente al farsante y los gestos de escarnio que dispensaba a los susurros del gordo. Dos horas después, cuando el alcohol sumía la realidad de los parroquianos en el sopor de la incertidumbre, el abandonado avanzó. Le llevó un minuto cruzar el salón, y en tres segundos disparó seis veces. Luego desapareció como un sueño desabrido, fundiéndose a la sombra de la noche. El local se llenó de gritos, los gritos se colmaron de preguntas, y las preguntas y los gritos alcanzaron un teléfono, un número y la desesperación. Cuando llegaron los hombres de azul, desalojaron el local y trazaron con tiza el frondoso contorno del barrigón. Al otro día, la manceba traspuso la puerta de la oficina, dejó los quince grandes sobre el escritorio y salió sin saludar. El abandonado juntó los quince con los quince del galán y con los treinta del gordo. Otro año para entrarle al trago, rumiar sencillo y abandonarse. |
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perlateo a las 00:44 · Sin comentarios
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En imagen |
Tapa del libro: Mónica Caputo. Ilustraciones interiores de Rubén Pergament |
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Al margen |
Anotaciones por Alicia Digón y Héctor Faga |
Ricardo Rubio roza el rimmel, el rictus de las palabras y se filtra en los intersticios del lenguaje para domar al músculo de esa realidad que se torna otra. Alucinada, fatal, a veces introduce una estética extraña, procaz y provocativa. Ese juego de rarezas cotidianas que da vuelta como un guante a aquella minificción que da la espalda a la fantasía atrevida. Diríase que estas minificciones recortan al hombre post moderno, urbano, líquido, y ahí, en ese espacio, RR se vuelve insolente, rescata historias del pozo de los infiernos, allí, donde se cocina la verdadera literatura. RR, insisto, le saca fotocopias (cien) al ombligo de una mujer, mientras su jefe se pierde en la espesura de su cuerpo. Quien lo acompaña, es decir: quien lo ilustra, también juega al dominó con el diablo, y -como diría Ike Blaisten- sus dibujos, aparentemente inocentes, "tocan el violín en la panza de la luna". (Alicia Digón)
...del amor, la ira, la tristeza, la duda, la lujuria o la ambición, no excluyen la crítica, la ambigüedad y la fantasía. Bajo una apariencia coloquial, Ricardo nos muestra un exquisito manejo del lenguaje. Qué, si no, puede decirse de expresiones tales como “los feroces fusiles aullaban con su tos de chispa y desenfreno”, “mujeres con cuerpo atomatado y cara imprecisa de relojes”, o finalmente, “tajando en dos el pasado como una gacela muda”, preciosas imágenes exteriores a ser recreadas y desmenuzadas en la soledad de nuestro interior... (Héctor Faga) |
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