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Minicuentos grises de Ricardo Rubio
Aliteraciones, sonsonetes, paronomasias y otros juegos con la lengua. Ricardo Rubio es Poeta y narrador. Ha publicado también ensayo y teatro. Se han estrenado trece de sus obras teatrales.
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Entradas por tag: seducción
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PARTIDA DOBLE

09 de Septiembre, 2009  ·  Partida Doble

Hasta conocerla, yo había sido atildado, atemperado, abstemio y bastante estúpido. No había conocido más que mujeres con cuerpo atomatado y cara imprecisa de relojes debajo de las raíces negras de sus teñidos quemados. Cobraba las tajadas del jefe y no separaba un centavo para mí; a cambio, recibía una palmada, un magro pago semanal y el abrazo intenso de alguna compañera regordeta en el baño de la muni. La edad ya me arrastraba a la desidia y había empezado a practicar la imbecilidad como excusa, cuando ella llegó a mi noche solitaria abriendo la boca de la pena, huyendo de un futuro que cotizaría el precio de su prestancia, que le dejaría el sexo blando y el seso duro. Entrenada por su padre y corrompida en cuotas por el maltrato, vino a dar a mi puerta y a mi pieza la noche de un mísero martes de mayo de dos mil y pico. Carrozada con curvas y salientes, era una breva breve, pero brava de bragas. Cenó con avidez, bebió como un desierto y me convidó la cama para darme las gracias que por pudor no acepté. La miré mientras dormía; luego, la dejé sola con su noche y salí a caminar. Pasaban los días y el instinto me instaba a no perderla detrás de un no que cancelara su presencia para siempre. Aturdido por sus atributos, por su horrible belleza, por la triste alegría que me daba, no tardé en aceptar las ofertas de su sensualidad. Fue así cómo los tentáculos de la tentación y la trampa caliente de su carne me invadieron de rojo los ojos. Acepté su modo de sufrir y de librar el humo entre los labios, me acredité su beso avieso, su ropa huidiza, el tramo sedoso de sus bordes y el tobogán de su espalda; me sumé al sumo zumo de su inmediatez, y debí pagar su lencería, su biyuterí y lo que atravesaba su boca. Todo cambió desde entonces: empecé a quedarme con los vueltos antes de que otro se los quedara, a visitar clientes para mí, a presionar buscavidas y a tajar todo tipo de bagallo que ventilara por izquierda. El jefe lo supo antes de lo previsto y me gerenció la visita de un gorila que me sorprendió en la cama abrazado a ella. El mono empezó a darme sin languidez y caí al desmayo. Cuando desperté, el hampón estaba muerto sobre la chica, la sangre teñía las sábanas, la colcha y el colchón. Ella apenas respiraba, pero seguía aferrada a la tijera que descubrí al voltear al mastodonte. Lo dejamos caer al pozo ciego; ella me dijo que ese tipo era su padre. Ahora en la muni, hasta el jefe me teme.
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publicado por perlateo a las 19:34 · 1 Comentario  ·  Recomendar
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LA RUECA

06 de Septiembre, 2009  ·  La rueca

Ester estaba descalza y la desnudez le subía hasta los muslos donde se abría la campana de su pollera. Desde lejos, el doctor Cafure le acariciaba el cuerpo con las manos incorpóreas de la mirada y abrigaba en sus entrañas la ácida ingesta de la carne cruda. Ester colgaba los trapos de la miseria en la línea de alambre que cruzaba su terraza con la sutil destreza que regala el hábito. Desde lejos, el doctor Cafure le subía la falda con el indetenible deseo transformado en viento. Ester pendía las prendas más secretas al paso de un aire secretísimo, prensaba los broches en las zonas más finas y no sentía el roce de los ojos traviesos del doctor Cafure, que se saturaba el seso con la sensación de la sed. Ester sospechó de la ventana que apenas se abría a la luz y se quitó la blusa frente a los impávidos ojos porcinos del espía. Encendió el radio, buscó la cadencia y tramó la danza que enfermó al fisgón. Ester bailaba, y los duendes bailaban y entraban a la pieza del doctor Cafure con los vaporosos enigmas que rebasan la esperanza, con la incertidumbre impiadosa de los impulsos, con la impúdica impresión de la impureza. Ester dejó que la campana de su pollera cayera, que su intimidad de raso rojo trazara un suspiro de asombro en la garganta del doctor Cafure, que el contorno de su piel flameara como una lenta víbora escondida en un manzano y contagiara la célula ardiente del hombre irresoluto que no negaba el fuego de aquel juego. A medio camino de la demencia, el doctor Cafure entreabrió un poco más las celosías del deseo con los poros enfermos de su instinto rancio. Creyó sonreír cuando ella lo vio con la epidemia caliente que abrigaba el desquicio. Ester recordó el fraude funesto de su familia, su sangre repleta de infortunio, el virus cuántico de su desgracia y el largo vaivén de la melancolía. El doctor Cafure traspuso la ventana, cruzó la terraza y llegó hasta ella, hastiado de enhebrar pedazos descosidos. Entró en su cuerpo como si fuera suyo y salió de él como si fuera otro. Al día siguiente, Ester, que estaba descalza y la desnudez le subía hasta los muslos donde se abría la campana de su pollera, pensaba que la muerte del doctor Cafure le dejaría libre el camino hacia el más chico de los Cervera, que entreabría la ventana para verla bailar. Aún más lejos, los gatos dormían, las aves cantaban y la providencia mantenía su eterna ebriedad.     
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publicado por perlateo a las 04:27 · 4 Comentarios  ·  Recomendar
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Tapa del libro: Mónica Caputo. Ilustraciones interiores de Rubén Pergament

Tapa del libro: Mónica Caputo. Ilustraciones interiores de Rubén Pergament
Al margen
Anotaciones por Alicia Digón y Héctor Faga
Ricardo Rubio roza el rimmel, el rictus de las palabras y se filtra en los intersticios del lenguaje para domar al músculo de esa realidad que se torna otra. Alucinada, fatal, a veces introduce una estética extraña, procaz y provocativa. Ese juego de rarezas cotidianas que da vuelta como un guante a aquella minificción que da la espalda a la fantasía atrevida.
Diríase que estas minificciones recortan al hombre post moderno, urbano, líquido, y ahí, en ese espacio, RR se vuelve insolente, rescata historias del pozo de los infiernos, allí, donde se cocina la verdadera literatura.
RR, insisto, le saca fotocopias (cien) al ombligo de una mujer, mientras su jefe se pierde en la espesura de su cuerpo.
Quien lo acompaña, es decir: quien lo ilustra, también juega al dominó con el diablo, y -como diría Ike Blaisten- sus dibujos, aparentemente inocentes, "tocan el violín en la panza de la luna". (Alicia Digón)

...del amor, la ira, la tristeza, la duda, la lujuria o la ambición, no excluyen la crítica, la ambigüedad y la fantasía. Bajo una apariencia coloquial, Ricardo nos muestra un exquisito manejo del lenguaje. Qué, si no, puede decirse de expresiones tales como “los feroces fusiles aullaban con su tos de chispa y desenfreno”, “mujeres con cuerpo atomatado y cara imprecisa de relojes”, o finalmente, “tajando en dos el pasado como una gacela muda”, preciosas imágenes exteriores a ser recreadas y desmenuzadas en la soledad de nuestro interior... (Héctor Faga)
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